El precio de ser judío para los Bassat

Luis Bassat, uno de los publicistas más relevantes del país, publica la historia de su familia marcada por el judaísmo. El hombre más influyente de la publicidad en la anterior década.

“El judaísmo está tolerado en España, pero nada más. No, no me da miedo decirlo a los cuatro vientos, incluso pensé que debía hacerlo. Aunque no sea practicante, de alguna manera le debía este libro a la sociedad”. Luis Bassat, uno de los publicistas más reputados de España, no le debe su apellido a ningún antepasado catalán, aunque la musicalidad sea ciertamente catalana, sino a sus antepasados griegos, búlgaros y turcos. Se jacta de que su madre fue la primera judía que nació en Barcelona desde la expulsión de los judíos en tiempos de los Reyes Católicos. Y cuenta mil y una anécdotas de lo que nacer bajo esa fe ha implicado en su vida: desde partidas de bautismo falsificadas a un intento de secuestro a su entonces novia días antes de la boda. Su relato y el de las nueve generaciones de la familia en las que ha buceado el escritor Vicenç Villatoro es también el fascinante relato del siglo XX, resumido en El regreso de los Bassat (RBA). ¿Regreso a dónde? “A Sefarad, por supuesto”.
– ¿Por qué esconde el candidato Bassat su segundo apellido?

Era un debate televisivo previo a las elecciones a la presidencia del Barça, en 2003. Se había presentado Luis Bassat, con bastantes posibilidades. Entonces, uno de los candidatos se dirigió a Luis Bassat y le hizo el comentario sobre su segundo apellido.

– Me llamo Coen. Es un apellido judío, por si alguien no lo sabía, y estoy muy orgulloso de él. Si me llamara Rodríguez de segundo apellido, seguro que usted no habría hecho esta pregunta.

Luis Bassat se levantó entonces de la silla y a día de hoy sigue pensando que no fue un malentendido. En las mismas elecciones, otro candidato hizo una encuesta secreta entre un millar de socios preguntándoles qué les parecería que el Barça tuviera un presidente judío. No ganó las elecciones, aunque Villatoro no cree que fuera “sólo por eso”. De hecho, en otro momento del libro recuerda que cuando Johan Cruyff llegó al equipo en 1973, tenía fama de judío, aunque no lo era. “Era un chico de una familia humilde de un barrio de Ámsterdam emparentada con judíos holandeses. Varios miembros de su familia, sobre todo por parte de su mujer, murieron en el Holocausto”.

Ésta no ha sido la única ocasión en que el publicista ha sentido el aliento del antisemitismo en la España de hoy, por increíble que parezca. “Mi padre siempre insistía mucho en que estudiara, que me esforzara, yo siempre era el primero de la clase. Me decía que todo lo que no estuviera en la cabeza te lo podían quitar”. Villatoro añade: “Muchas familias dormían con la maleta debajo de la cama por si tenían que marcharse precipitadamente”. No es literatura, es Europa hace menos de 50 años. Los Bassat (la familia paterna del publicista) abandonaron Estambul a las dos de la mañana un día de finales de los años 20 por una razón aún hoy desconocida para Luis, un tema tabú en casa del que apenas daba pistas su tía Regina: “fueron las circunstancias”.

“La imagen que quedaba de todo ello, con la tía Regina saliendo de la ciudad en un carro donde llevaban todas las posesiones que se habían podido llevar, muy poca cosa, pertenecía al núcleo duro de la iconografía del exilio judío”, explica Villatoro. El chivatazo, la advertencia, lo que fuera que les hiciera salir de Turquía de madrugada y de un día para otro, debió de ser serio. Cuando dejaron Estambul gozaban de “una posición muy sólida en la ciudad”: tenían un gran almacén de cuatro plantas en el centro, una casa en Gálata, una fábrica de hojas de afeitar a las afueras de Estambul y “probablemente un negocio de armas”. Todo lo dejaron para salir huyendo.

También los Coen, la familia materna de Luis Bassat, sufrió en propia carne el estigma de los judíos. “En la memoria de los judíos de Barcelona venidos de Grecia y Turquía la detención, encarcelamiento y el calvario de Manuel Coen (abuelo materno de Bassat) se recuerda como el momento de máxima persecución por parte del franquismo a alguien por el hecho de ser judío. Se lo llevaron casi de inmediato a la cárcel de Madrid. Un mal sitio para estar en 1942, cuando la Alemania nazi aún parecía victoriosamente imparable en Europa”. Cuando salió de prisión al año siguiente gracias a las gestiones de Yolanda Coen, la madre de Luis, estaba enfermo, esquelético, pesaba 37 kilos, pero estaba vivo.

Más frívolo, si se quiere, fue el antisemitismo vivido por Luis en la España franquista. Una anécdota de cuando Luis se iba a casar con su novia católica, Carmen: “Un cura con fama de abierto y de moderno les dio la solución mágica. Que se casen dos veces. Una en la iglesia, la otra en la sinagoga. Y cuando tengan hijos, convendría que fuera un número par: al primero lo hacen católico, al segundo judío, y así sucesivamente. Y todos contentos”.

Menos divertido fue el suceso vivido por Carmen pocos días antes de casarse. “Va sola por la calle Mallorca, por Barcelona. Ha quedado con Luis […] Un taxi avanza en dirección al paseo de Gràcia por la calle Mallorca, que entonces iba en dirección contraria a la de ahora. La sigue. Ella no se da cuenta hasta que aminora la marcha y finalmente se para a su lado. Baja un hombre. Abre la puerta del taxi. La empuja violentamente, le hace bajar la cabeza, la obliga a entrar a la fuerza. Un secuestro”. Llega corriendo Luis, tira del brazo de Carmen y consigue sacarla. El responsable de tal locura fue un hermano de una compañera de curso de Carmen, un chico que estudiaba para sacerdote y que no podía permitir que se casase con un judío.

“A mí me contaban que eran miembros de la familia que venían a visitarnos desde Argentina”. Luis Bassat relata con cierta ingenuidad cómo veía con sus ojos de niño a esos refugiados que pasaban por su casa de Barcelona. “La residencia de los BassatCoen sale en la lista de direcciones -muchas particulares, algunos hoteles- donde se refugiaban clandestinamente los judíos que habían conseguido cruzar los Pirineos a pie y que llegaban a la ciudad con la red de socorro organizada por los hermanos Sequerra”. Se jugaban mucho. En la misma calle donde estaba la casa familiar, había un bar, el Lutz, donde se reunían los nazis de Barcelona y era el centro logístico de la Abwehr, la inteligencia militar alemana.

Luis Bassat ha regresado a Sefarad, además de forma definitiva. “Para mí la vida nómada se acabó, voy a ser de los pocos miembros de mi familia que nace y muere en el mismo lugar”, explica con cierto orgullo. Para ilustrar el poder de su compromiso, recuerda cuando la poderosa Ogilvy le ofreció en 1989 ser vicechairman mundial con un sueldo “20 veces mayor al que estaba cobrando en ese momento”. “Pero yo quería seguir en Barcelona, no cambio a mi familia por ningún sueldo multimillonario”.

Villatoro y Bassat recorren juntos en el libro las rutas que siguieron los antepasados del publicista a lo largo del siglo XX, visitan las ciudades donde están enterrados sus antepasados, incluido el campo de concentración de Auschwitz. Una frase de Bassat resume de golpe todo el libro. “Mi padre decía: ‘Los judíos alemanes optimistas murieron en las cámaras de gas, los judíos alemanes pesimistas viven ahora en Nueva York’. Es curioso porque él era un hombre más bien optimista. Pero ya en 1932 no le gustó lo que veía en Alemania y tuvo un ataque temporal de pesimismo. Vino a Barcelona, donde ya vivía su padre, cuando tenía toda la vida hecha. Y vivió. Y conoció a mi madre. Y nací yo”.

 

Barcelona, un hervidero de judíos ilustres

Uno de los tópicos más asociados a los judíos es que se trata de un pueblo especialmente dotado para los negocios. El propio Luis Bassat dio pronto buenas muestras de su visión comercial cuando en los años 60, clandestinamente y escondido tras un seudónimo, ganó un concurso que convocaba su propia familia para anunciar sus hojas de afeitar. En el spot de televisión, el humorista Gila explicaba en 15 segundos que tenía el secreto para el buen afeitado.

Pero no sólo los Bassat triunfaban en la época con sus hojas de afeitar Iberia. En el número 16 de la calle dels Àngels, en Barcelona, hace años “había una placa donde decía ‘En este edificio, Isaac Carasso fabricó el primer yogur Danone del mundo. Barcelona, 1919-1994′”. Los Carasso provenían de Salónica, eran sefardíes como los Bassat. “De hecho, en Barcelona ambas familias se trataron mucho, fueron y aún son muy amigas”. Isaac Carasso montó un imperio con sus yogures, cuyas propiedades había conocido en sus viajes al norte de Bulgaria.
No queda ahí la buena estrella de los judíos afincados en Cataluña. “Isak Andic Ermay, el fundador de Mango, que nació en Estambul, en el seno de una familia sefardí, llegó a Cataluña en los años 60 y actualmente es el catalán más rico. Inició su negocio al volver de unas vacaciones con dos camisas que se había comprado fuera y las vendió por el doble de lo que le habían costado. Y a partir de ahí, tiendas y más tiendas”.

No está mal para tratarse de una comunidad religiosa que apenas cuenta con 40.000 fieles en toda España, 10.000 de ellos en Cataluña. Los más mayores se acordarán también de SEPU, una empresa que fue creada en Barcelona el 9 de enero de 1934 por Henry Reisembach y Edouard Worms. Los empresarios suizos de origen judío trajeron el concepto de los grandes almacenes a España. El primer establecimiento lo abrieron en plena Gran Vía de Madrid, y el segundo en La Rambla de Barcelona. También ellos pagaron por su fe, les creían “la encarnación del capitalismo maléfico”: “La apertura de los almacenes en Madrid provocó la ira de los falangistas, que les dedicaron varios artículos: ‘Estos judíos de SEPU dan motivos para ocuparse de ellos diariamente por sus relaciones con los empleados que explotan’. En 1935, un grupo de falangistas entró en el SEPU de Madrid, rompió escaparates y destruyó los muebles”. ¿Les suena?

 

Fuente: El Mundo

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