Bashar Asad no es ningún salvador

La semana pasada, la Administración Trump sustituyó la sumisa y contraproducente política de Obama en Siria por una aún más sumisa y contraproducente.

Durante cinco años, la Administración Obama pidió con impotencia la salida del sanguinario tirano Bashar al Asad, pero la embajadora en la ONU, Nikki Haley, dijo que Washington no iría tan lejos. “Nuestra prioridad”, afirmó ,“ya no es sentarnos y concentrarnos en echar a Asad”. El secretario de Estado, Rex Tillerson, dijo básicamente lo mismo al mismo tiempo en Ankara, y lo hizo repitiendo casi literalmente los puntos del discurso de los aliados de Asad, Rusia e Irán. “El estatus a largo plazo del presidente Asad será el que decida el pueblo sirio”.

Luego la Administración Trump dio un abrupto giro de 180 grados, después de que el régimen de Damasco lanzara un ataque con armas químicas en la provincia de Idlib, y sugirió que en adelante la política de Washington podría ser la de pedir un cambio de régimen. “El papel de Asad en el futuro es incierto y, con sus acciones, no parece que vaya a haber lugar para que gobierne al pueblo sirio”, dijo Tillerson.

Tras volar hospitales y colegios y masacrar a cientos de miles de personas con armas químicas y bombas de barril, es imposible que Asad pueda ganar unas elecciones libres y limpias en Siria; pero sus aliados en Teherán y Moscú no tendrán nada que temer mientras él siga en el poder. Asad es el tipo de mandatario que gana elecciones con el 97,6% de los votos.

Su régimen ha asesinado a casi 500.000 personas y desplazado a millones, desencadenando la mayor crisis de refugiados tras la Segunda Guerra Mundial; pero al menos no masacra dibujantes en París o clientes de bares de copas en Florida. Es un monstruo, pero no es el ISIS. En ese sentido, al menos desde el punto de vista del lejano Washington, él es el menor de dos males.

Pero aquí tenemos que aclarar un par de cosas. Bashar al Asad no está luchando contra el ISIS en Siria. No. Tampoco los rusos. Asad y los rusos están luchando contra cualquier ejército rebelde presente en Siria salvo contra el ISIS. Miremos el mapa del país. El territorio del ISIS tiene su centro en su capital, Raqa, al noreste, pero el teatro de operaciones de Asad y Rusia está en el oeste y a lo largo de la costa. Estados Unidos es el único que ha bombardeado al ISIS en Siria, y las milicias kurdas son las únicas que se han resistido al ISIS sobre el terreno.

De hecho, Asad facilitó el surgimiento del ISIS en Siria e Irak. Miles de estadounidenses e iraquíes están muertos gracias a su patrocinio de Abu Musab Al Zarqaui, de Al Qaeda en Irak –la precursora del ISIS–, durante la insurgencia iraquí. No es precisamente un secreto. “En los servicios de inteligencia sirios abrimos las puertas [a los yihadistas] para que fueran a Irak”, declaró Mahmud al Naser, oficial de inteligencia que desertó a Estados Unidos, a The Daily Beast.

Antes de despachar las fechorías sirias en la guerra de Irak como irrelevantes, entendamos una cosa más: el ISIS, en su forma actual, es también una criatura del régimen de Asad. Asad buscaba el auge del ISIS. Lo necesitaba. Se aseguró, vaya si se aseguró, de que surgiera el ISIS y de que lo hiciera dentro de Siria.

En 2011, el régimen de Asad fusiló, torturó, violó y mutiló a manifestantes pacíficos mientras los llamaba terroristas. Todo el mundo sabía que estaba mintiendo, incluidos sus aliados de Irán y Hezbolá. Tenía que decirlo, no obstante, porque, después de los cambios de régimen propiciados por Estados Unidos en Irak y Libia, tenía todas las razones del mundo para temer que podría ser el siguiente.

Pero no puedes librar una guerra contra el terrorismo si no hay terroristas. Necesitaba crear una amenaza terrorista en Siria. Así que excarceló a los islamistas más extremos, incluidos los combatientes de Al Qaeda curtidos en los campos de batalla, de la prisión de Sednaya, al norte de Damasco. Algunos de ellos se fueron diligentemente al desierto y crearon el Frente Al Nusra, la rama siria de Al Qaeda. Otros se unieron a los restos de la moribunda Al Qaeda en Irak y los rebautizaron como Estado Islámico en Irak y Siria, o ISIS.

Después, Asad le dijo al mundo: “O mando yo, o mandan ellos”; y el mundo se lo tragó.

Nadim Shehadi, investigador de Chatham House, me dio una vez un sarcástico consejo para convertirme en dictador si alguna vez me cansaba del periodismo. “Lo que tendrías que hacer es asentar la idea de que eres indispensable, de que eres irremplazable, de que más allá de ti sólo hay guerra civil sectaria, terrorismo, limpieza étnica y colapso del Estado. Tienes que crear problemas que sólo tú puedas resolver”. Parte de lo que sabe lo aprendió observando el modus operandi de la familia Asad durante cuatro décadas.

Recién llegados a la política exterior como Donald Trump, Rex Tillerson y Nikki Haley señalan correctamente a Irán como el mayor Estado patrocinador del terrorismo en el mundo, pero extrañamente no parecen haber sido conscientes de que Siria ha sido el mayor Estado patrocinador del terrorismo en el mundo árabe desde la década de 1970.

ISIS es el ejército terrorista más depravado de la tierra, pero Hezbolá, la milicia proxy sirio-iraní en el Líbano, sigue siendo el más poderoso. De hecho, es más poderoso que muchos de los ejércitos nacionales de Oriente Medio, incluido el del Líbano. Su arsenal de misiles tiene el suficiente poderío como para alcanzar cualquier parte de Israel, incluso la ciudad de Eilat, en el Mar Rojo, o la central nuclear de Dimona.

Tras años de una guerra a cámara lenta liderada por Estados Unidos y sus socios regionales, el ISIS está en la cuerda floja, pero el eje Irán-Siria-Hezbolá es más fuerte que nunca, especialmente ahora que los rusos está luchando de su lado. La alianza de Rusia con Siria e Irán no es nueva, y es perfectamente lógica. Siria ha sido el principal Estado cliente del Kremlin en Oriente Medio desde la década de 1970, mientras que Irán ha recibido casi toda su tecnología nuclear de Moscú.

Todos estamos cansados de la guerra, pero es probable que vayamos a tener más si Estados Unidos pasa por alto al mayor eje terrorista del mundo. Y no debería sorprendernos lo más mínimo que el régimen de Asad reanudara sus ataques con armas químicas.

Desalojar a Asad del poder no tiene por qué ser la primera prioridad de Estados Unidos en Oriente Medio; pero delegar la lucha antiterrorista estadounidense en él tiene el mismo sentido que si Churchill y Roosevelt hubieran confiado en Mussolini y Franco para salvar a Europa de Hitler. Un cambio de rumbo por parte de Washington –si es que hay alguno– sería bienvenido, aunque llegaría con gran retraso.

© Versión original (en inglés): The Tower
© Versión en español: Revista El Medio

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Fuente: El Medio

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