Arabia Saudita y un dilema para España

El rey Felipe VI acaba de realizar un viaje a Arabia Saudita. En la agenda estuvo la negociación del contrato por cinco corbetas, el acondicionamiento de una base naval en la costa del Golfo Pérsico y servicios asociados de formación.

Las Fuerzas Armadas de Arabia Saudita son conocidas por su gran presupuesto pero su pequeña capacidad de mantener de forma autónoma sus sistemas de armamento. Por eso, una búsqueda en internet que asocie los nombres de la empresa DynCorp y Arabia Saudita revelará una larga lista de puestos de trabajo en categorías tales como mecánico de helicóptero, técnico de armamento y técnico de electrónica para helicópteros. Y es que las FFAA sauditas necesitan personal externo para reparar y mantener a punto sus helicópteros Apache y Blackhawk. Por tanto, aunque los cinco buques de guerra que quiere comprar Riyad no son de gran tamaño, el contrato de compra sí lo es, porque incluye mucho servicios vinculados con su puesta en servicio.

La Armada saudí lanzó en 2010 un programa de modernización, conocido como Saudi Naval Expansion Program (SNEP II), a diez años vista y con un presupuesto de 23.000 millones de dólares. Es un programa que abarca muchas áreas, como el acondicionamiento de bases navales. Una de sus áreas de importancia es la modernización y potenciación de la Flota Oriental, que tiene su base en el Golfo Pérsico. El objetivo es evidente: contrarrestar el poderío naval iraní. La Armada ha sido desde el advenimiento de la República Islámica el pariente pobre de las FFAA iraníes. Durante la monarquía de los Palevi, era el destino favorito de los miembros de la Familia Real a la hora de hacer la carrera militar. Luego, durante los enfrentamientos con la Armada de los Estados Unidos en el Golfo Pérsico en los años 80, tuvo un desempeño muy pobre. Pero en estos últimos años Irán ha desarrollado planes navales ambiciosos, e incluso en noviembre de 2016 el Jefe del Estado Mayor de sus FFAA anunció planes de establecer bases navales fuera del territorio nacional.

En los últimos años, en la prensa estadounidense especializada en temas de defensa el contrato de compra de cinco corbetas se daba casi por adjudicado a astilleros norteamericanos. La razón no era la excelencia del producto, sino la idea implícita de que la alianza de Arabia Saudita y Estados Unidos obligaba a Riyad a comprar made in USA. Es más, la oferta estadounidense consistía en una versión más grande y mejor armada del polémico Buque de Combate Litoral (conocido por sus siglas en inglés, LCS), que sólo existe en el papel. El LCS nació como un buque revolucionario pensado para las guerras asimétricas del siglo XXI. El resultado ha sido un desastre. El buque tenía que ser polivalente y reducir costos con sistemas de quita y pon intercambiables… que en la práctica no funcionan como debían. Los costes se han disparado y la mayoría de los buques construidos ha tenido algún problema mecánico. Al final, la propia Armada de los Estados Unidos ha decidido no construir el número planeado y remediar la situación lanzando otro concurso en el que compiten, entre otros, el proyecto ofrecido a Arabia Saudita y un diseño español ya vendido a Australia.

Es razonable la suspicacia saudita y la búsqueda de alternativas en lo que parecía un contrato con un ganador impuesto por Washington, que busca amortizar el I+D de un programa de defensa desastroso. Que además Arabia Saudita no conceda el contrato a la superpotencia que garantiza su defensa y mantiene una flota permanentemente en el Golfo Pérsico es bastante significativo también. Podemos leer entre líneas que en Arabia Saudita confían menos en Estados Unidos o se sienten menos obligados a corresponder, tras la retirada regional protagonizada por el saliente Barack Obama, que quiso en 2011 pivotar geoestratégicamente hacia Asia y se ha encontrado que los vacíos geopolíticos dejados los ha ocupado Rusia en Ucrania y Siria. La venta de los cinco buques de guerra tiene, por tanto, también un componente político. De ahí la presencia de Felipe VI en Arabia Saudita, añadiendo peso específico en las tareas diplomáticas.

La posible venta de los cinco buques a Arabia Saudita ha generado críticas por el papel de este país en la guerra de Yemen (véase “Yemen y los límites del poder saudí”). Ciertamente, las FFAA saudíes no parecen haber mostrado mucho respeto por la vida de los civiles y el patrimonio histórico yemeníes, en lo que no está claro si es falta de profesionalidad seleccionando blancos y manejando armas de precisión o una total indiferencia por las consecuencias de sus acciones. La guerra, además, ha generado una catástrofe humana en el que ya era de por sí el país más pobre de la región.

Cabe preguntarse si las democracias occidentales pueden aspirar a algo más que a unas relaciones comerciales con países cuyos gobiernos y leyes consideramos incompatibles con la dignidad humana. Es decir, si esas relaciones deben servir únicamente para obtener contratos lucrativos o debemos tener el objetivo de lograr algún bien. Por ejemplo, la liberación de personas como Raif Badawi, ganador en 2015 del Premio Sájarov que concede el Parlamento Europeo. Badawi ha sido condenado a pena de cárcel y latigazos por ideas a favor de la libertad de expresión en su página web Liberales Saudíes Libres.

Curiosamente, quienes no han tenido dudas sobre el dilema que supone la venta de cinco buques de guerra a Arabia Saudita son las formaciones de todo el espectro político de un lugar donde se encuentran dos de los astilleros de la empresa pública española de construcción naval Navantia. Así, salió adelante una moción en la Diputación de Cádiz apoyando la venta sin ningún voto en contra y una sola abstención. Y es que, con los enormes recortes en el presupuesto del Ministerio de Defensa español desde el comienzo de la crisis, el futuro de Navantia no es halagüeño.

Los plazos habituales para la construcción de buques de guerra, pruebas de mar y adiestramiento de tripulación nos hacen pensar que para cuando entren en servicio las cinco corbetas la guerra en Yemen posiblemente haya acabado. Así que vender las corbetas no tendrá ningún impacto en el conflicto. No venderlas tampoco cambiará la situación, porque hay otro país dispuesto a vender las suyas. El dilema se queda en materia de debate moral.

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Fuente: El Medio

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